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jueves, 16 de septiembre de 2010

La Acacia


¿Qué eres?; ¡Oh Sagrada Rama, vista desde las superficialidades de la historia natural!.

Un arbusto, como otro cualquiera. Un miembro de la familia vegetal, que vive sobre la corteza terrestre, que se alimenta de las sales del terreno y la humedad de la atmósfera; y pertenece a tal y cual orden, por sus fibras, su desarrollo, su tejido o su florescencia.

Árbol considerado por los egipcios de gran
importancia mística.
Para nosotros eres más, eres el símbolo de lo inmortal.

Tú, ¡Oh, acacia!, simbolizas para todos los masones de todas las épocas, lo eterno, lo inmutable, lo que no cambia ni se transforma; lo que vive eternamente joven, eternamente nuevo y eternamente puro.

Tu madera, simbólico árbol, es incorruptible. No hacen mella en tu corteza roedores insectos, como no pueden lastimar la conciencia del hombre virtuoso, las calumnias de los viles, ni las ingratitudes de los perversos.

Tus hojas, siempre verdes en cualquier estación y en todas latitudes, semejan el alma del hombre justo, noble y generoso en todas las situaciones de la vida; resignado y prudente en la adversidad; sensato y humanitario en el apogeo del poder; enamorado incesantemente de un ideal espléndido: la esperanza en su propia perfectibilidad.

Ellas se inclinan durante la noche, como si no pudieran vivir en las tinieblas del error, y se yerguen, a medida que el astro del día avanza hacia el cénit. Así el espíritu humano languidece y llora entre las sombras de la ignorancia, y se eleva majestuoso, ávido de luz, en pos del sol de la civilización, alma de las sociedades.

El pensamiento humano, como tú, ¡Oh, Sagrada Rama!, es siempre nuevo; nuestra esperanza está siempre verde; nuestra fe en la justicia es siempre incorruptible.

Pasarán los siglos. Se hundirán imperios y repúblicas. Nuevas generaciones vendrán a ocupar el puesto  de generaciones, caídas bajo el peso de la inmutable ley de la transformación.

Y el hombre seguirá siendo un ser pensante, en cuyo corazón nacerán siempre bellos los amores, y en cuyo cerebro bullirán eternamente ideas de justicia y pensamientos de regeneración y progreso.

¡Queda, queda ahí en nuestra Cámara Masónica, rama de acacia, símbolo augusto de lo grande, de lo imperecedero, de lo inmortal, de lo eterno.

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